viernes, 12 de abril de 2013

Al amanecer





























Cuánta persistencia, cómo necesitamos durabilidad.
El cielo antes de la salida del sol está empapado de luz.
Un color rosado tiñe edificios, puentes, y el Sena.
Estuve aquí cuando ella, con quien camino, no había nacido aún
Y las ciudades sobre una distante llanura estaban intactas
Antes de elevarse por el aire con el polvo de ladrillo sepulcral
Y la gente que vivía allí no lo sabía.
Para mí, sólo este momento al amanecer es real.
Las vidas pasadas son como mi propia vida anterior, inciertas.
Lanzo un hechizo a la ciudad pidiéndole que dure.




Significado

–Cuando muera, voy a ver el revés del mundo.
El otro lado, más allá de pájaro, montaña, puesta de sol.
El significado verdadero, listo para ser descifrado.
Lo que nunca sumó va a sumar,
Lo que fue incomprensible será comprendido.
–¿Y si no hay revés del mundo?
¿Si un zorzal en la rama no es un signo,
Sino sólo un zorzal en la rama? ¿Si noche y día
No tienen sentido persiguiéndose
Y no hay nada en esta tierra excepto esta tierra?
–Aunque así sea, permanecerá
Una palabra despertada por labios que perecen,
Un mensajero incansable que corre y corre
A través de campos interestelares, de galaxias vertiginosas.
Y llama, protesta, grita.



Después

Convicciones, creencias, opiniones,
certezas, principios,
reglas y hábitos me han abandonado.
Desperté desnudo en el borde de una civilización
que me pareció cómica e incomprensible.
Los salones abovedados de la academia postjesuítica
donde había tomado mis clases
no estarían contentos conmigo.
Aunque conservo algunas oraciones en latín.
El río fluye a través de un bosque de roble y pino.
Estoy de pie con el pasto hasta la cintura,
Respirando en el aroma salvaje de flores amarillas.
Arriba, nubes blancas. Como es normal en mi región,
una abundancia de nubes blancas.

Junto al río Wilia, 1999



Czeslaw Milosz 

(Versión del inglés: Carmen Iriondo y Rafael Felipe Oteriño)





Czeslaw Milosz (Szetejnic, 1911 - Cracovia, 2004) Escritor polaco, uno de los mayores del siglo XX, de gran influjo en su país y fuera de él, que obtuvo el premio Nobel en 1980. Estudió derecho en la Universidad de Vilna, y a los veinte años participó en la creación del grupo Vanguardia de Vilna, de marcado carácter catastrofista y partidario de la estética del absurdo, al tiempo que trabajaba como redactor literario en la radio. A ese período pertenecen Poema del tiempo congelado (1933) y Tres inviernos (1936). Pasó la guerra entre Vilna y Varsovia, trabajando en bibliotecas y sin tomar parte en las actividades bélicas, aunque sí escribió poesía de tono patriótico que publicó con seudónimo. Finalizada la contienda, aceptó el puesto de agregado cultural en la embajada de Washington (1945) y más tarde en la de París (1951), ciudad en la que se exilió ese mismo año; allí apareció El pensamiento cautivo (1953), libro que pretende explicar al mundo las condiciones en las que se desarrolló la creación en la Polonia comunista y que tuvo gran repercusión internacional. En 1960 se trasladó a Berkeley, donde fijó definitivamente su residencia e impartió clases de literatura polaca en la Universidad de California. La concesión del Nobel representó el reconocimiento internacional de su obra, pero también de la muy abundante literatura polaca del exilio. La obra literaria de Czeslaw Milosz se extiende al ámbito del ensayo y la novela, pero es sobre todo la poesía el género en el que destaca su genio y con el que ejerce una influencia mayor en la literatura polaca, al tiempo que expresa para el mundo su vivencia del duro y contradictorio período que le ha tocado vivir. Durante el período de residencia en París escribió y publicó dos entregas poéticas, Luz del día (1953) y El rey Popiel y otros poemas (1962), que tendrían continuación en su período norteamericano con Pepito encantado (1964), Ciudad sin nombre (1969), Donde el sol sale y se oculta (1974), Himno sobre la perla (1983), Crónicas (1987), Poemas (1987) y Regiones lejanas (1991). Su poesía, como toda su obra literaria, es la de un escritor que es testigo de su tiempo, y esto le convierte en un paradigma de una época, de alguien situado al margen de conmociones y aventuras, que no tiene, por tanto, avatar ninguno que contar acerca de su propia vida, sino que expresa precisamente, sin aspavientos, la existencia del hombre característico del siglo XX, el ser anónimo de las grandes ciudades, carente de heroicidad, que sobrevive, produce, se reproduce y en todo ello encuentra suficiente razón para la existencia, integrando religión y ser social, patriotismo y esperanzada confianza en el ser humano. 
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